Aunque muchos remoten el título de este texto a autores conocidos, consideré importante separar definitivamente el espacio entre el YO escritor y el YO persona. Muchos han dicho ya, que a veces es necesario alejarse de la obra para empezar a ver ciertas fallas o, en todo caso, ciertos aciertos inesperados. Cotidianamente, siempre luego de leer unas oraciones de Lewis, se interponen entre mis dos especies de YO recién creadas un antagonista muy conocido y analizado.
Cuando me levanto a la mañana no supongo nada de lo que sucederá en mi día siguiente, pero me es inevitable dejar de mirar al espejo. Hay días en los cuales mi sensación se confunde con la de un ser transparente, otros días mientras escucho de fondo un sonido semejante al de la rueda de una bicicleta en espera, me paro frente a él, apoyo mis brazos con firmeza y siempre mido la distanca de un extremo con mi mano. Y del otro extremo con mi otra mano.
También analizo que las dos se encuentren sobre cerámicos del mismo color. Las dos sobre el negro. Las dos sobre el blanco. Deslizo todo lo que pueda llegar a interponerse entre mi cara y él, y es ahí cuando me enfrento con mi actor inactor.
A veces me cuesta poder descifrar cuál de los dos entra en funcionamiento. Tampoco puedo saber de que lado estoy parado y tampoco presto atención a la posición de mis manos y al color del fondo de las mismas. Blanco. Negro.Blanco.
Mientras caminaba por la calle menos famosa de Buenos Aires, observé (con detenimiento) la convergencia entre cuatro calles. Es raro. Porque comunmente pensamos que son dos calles que se cruzan. Pero ayer descubrí que son siempre cuatro diferentes. Tramos pequeños unidos en el corte por un simple ladrillo amarillo de esos que solía ver y usar cuando armaba castillos de plástico.
¿Qué pasa cuando podés crear un mundo dentro de otro? ¿Acaso llegamos a saber si es ella o Alicia la que tiene la razón? ¿Es mi actor el que juega y construye detrás del espejo? ¿O soy yo envuelto de vidrios irreparables que me acompañan con años de mala suerte?
Cuando camino por las calles de BUENOS Aires y llego a darme cuenta el miedo que me tiene la gente, tengo una sensación extraña de quietud. A veces miro a los ojos del que tengo enfrente y no logro entender como una persona puede tener tanto miedo a pensar.
Y sí, no soy solo eso. MI separación individual ha logrado con el tiempo, a descuatizar imágenes, ha logrado hacer pensar a unos pocos. Y ese sólo hecho de estadía momentanea ha asustado a civilizaciones enteras.
¿Qué nos queda, pues, a nosotros, eternos pensadores?
¿HOGUERAS?
O
¿IMÁGENES DESCUARTIZADAS?
miércoles, 22 de octubre de 2008
sábado, 18 de octubre de 2008
Boceto 4
Cuando volvés a tu ciudad y tenés la necesidad de rebobinar es porque algo anda mal. Porque ya no encontrás nada que te motive a ser algo más dentro de ese lugar estable donde el tiempo no existe. Mar del Plata es esa ciudad donde todo parece igual con el tiempo, donde ese tiempo va destruyendo todo con su paso, pero dejando intacta la supuesta esencia que la hace ciudad. A veces creo que ese miedo me agarra en Buenos Aires, ese cambio constante, rápido y excesivo de TODO, genera en mí a veces cierta necesidad de construcción estable que NUNCA va a estar.
Mientras dormía ayer, o eso intentaba, noté que nunca había dado tantas vueltas en mi vida como lo había hecho acá. Sí, en Buenos Aires. No se que habrá sido, tal vez el calor. Pero recuerdo que me levanté, durante dos segundos, prendí una luz, y escribí:
“Un gato llora…el ventilador no llega siquiera a mi cabeza y una respuesta mal dada podría desequilibrar el estado del planeta…¿será para tanto? El calor me desintegra.”
Y ese mismo mensaje pequeño fue enviado a diez pobladores argentinos, que a las supuestas 3 de la mañana dormían, bailaban, o simplemente, como HIJO, escribían en la noche.
A veces extraño verlo, a ella, a él, buscando en ese terreno baldío, un poco más de todo eso que siempre les robaron.
Mientras dormía ayer, o eso intentaba, noté que nunca había dado tantas vueltas en mi vida como lo había hecho acá. Sí, en Buenos Aires. No se que habrá sido, tal vez el calor. Pero recuerdo que me levanté, durante dos segundos, prendí una luz, y escribí:
“Un gato llora…el ventilador no llega siquiera a mi cabeza y una respuesta mal dada podría desequilibrar el estado del planeta…¿será para tanto? El calor me desintegra.”
Y ese mismo mensaje pequeño fue enviado a diez pobladores argentinos, que a las supuestas 3 de la mañana dormían, bailaban, o simplemente, como HIJO, escribían en la noche.
A veces extraño verlo, a ella, a él, buscando en ese terreno baldío, un poco más de todo eso que siempre les robaron.
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